Enseñaremos a nuestras hijas a decir que no, a defenderse de la injusticia, a llorar y enojarse sin limitaciones.

Cuando somos pequeños, no podemos enojarnos: si un niño roba nuestra merienda o nos da un empujón, lo único que podemos hacer es llorar, las lágrimas son las únicas emociones permitidas.
Esta misma actitud, una vez que te conviertes en mujer, se considera infantil: somos demasiado emocionales, dicen.

La verdad es que tenemos el derecho de expresar todos nuestros sentimientos de la manera que mejor pensamos, y la tarea que tenemos es enseñarlo a nuestros hijos.
Les explicaremos que siempre tendrán que respetarse a sí mismos y reclamar lo que es legítimamente suyo, sin temor.
Por supuesto, alguien podría definir a nuestras hijas como rebeldes, pero lo que llamaron marimachos, ahora son mujeres extraordinarias e independientes.

La sociedad actual todavía impone tácitamente reglas según las cuales las mujeres siempre están un paso por detrás de los hombres. Las mismas enseñanzas, desde una edad temprana, son diferentes: el niño ayudará a su madre con los quehaceres domésticos y cuidará a sus hermanos menores.

Sin embargo, la educación no debe tener límites relacionados con el sexo, incluso un niño puede y debe aprender a cuidar a su hermano y hacer la tarea, solo para que pueda convertirse en un gran hombre.

Todo esto puede cambiar gracias a la educación que les daremos a nuestros hijos, ellos alterarán al mundo.
Aprenderán a no reprimir su ira, sabrán que nadie puede evitar que se expresen. Le enseñaremos que ningún príncipe debería salvarlos y que su independencia es lo primero.

¿Quién puede elegir vestirse como un superhéroe en el Carnaval y colgar el vestido de princesa, que puede volverse químico, físico o astronauta y cualesquiera que sean sus intereses, incluso si aparentemente se consideran masculinos, deben cultivarse?

El mundo cambiará cuando les enseñemos a nuestras hijas la libertad de perseguir sus sueños y aspiraciones: cuando aprendan a decir que no.

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