Toca las heridas para sanar

El miedo y el dolor son dos de las emociones más aterradoras. Son diferentes entre sí, pero la experiencia nos ha enseñado que están íntimamente relacionados, porque muchas veces uno es consecuencia del otro y viceversa.

A veces, el dolor venía del miedo. Miedo a salir lastimado, a sufrir, a fracasar y a cometer errores. Otras veces, sin embargo, el miedo se manifiesta precisamente cuando nos encontramos frente a todas aquellas situaciones que han dado voz a nuestro dolor en el pasado. Y está claro que nadie querría sufrir jamás.

Y, sin embargo, el dolor es parte de la vida.Este estado de sufrimiento que penetra el cuerpo y llega al corazón y al alma es algo que todos hemos experimentado, aunque en diferentes formas e intensidades. A veces lo superamos, lo curamos y lo enterramos en algún lugar dentro de nosotros. Otras veces, sin embargo, lo silenciamos fingiendo que no existe. Y ahí es cuando vuelve más mandón que nunca.

Cómo reconocer el dolor

El dolor tiene muchas formas, algunas de las cuales a menudo no conocemos y no queremos reconocer porque es más fácil defenderse que luchar. Sin embargo, todos merecemos una oportunidad, caminar de regreso hacia la luz, donde todas las cosas son donde se esconde la felicidad.

Para reconocer el dolor debemos sintonizarnos con él. Puede manifestarse de muchas formas, como el miedo a los cambios oa dejarse llevar, en la repetición de ciertos patrones que siempre son la quiebra. A veces se manifiesta en todas esas situaciones desagradables en las que tendemos a crear o volver, y que etiquetamos como lamentables.

Pero la mala suerte, lo sabemos, no existe. Existimos, con nuestro bagaje de experiencias, nosotros con nuestros miedos y con todas esas emociones que hemos sofocado durante mucho tiempo con la ilusión de que tarde o temprano se desvanecerían.

Acaricia tus heridas

Pero el dolor no desaparece si no se enfrenta. No se puede borrar, ignorar y olvidar. Esto no puede pasar si antes no tenemos el coraje de cruzarlo, de tocarlo.

Si no cuidamos las heridas, con nuestras manos, quedarán para siempre. Serán cada vez más grandes, engorrosas y dolorosas y condicionarán para siempre nuestra vida, nuestros sentimientos y todos nuestros actos.

Tocar una herida todavía dolorida da miedo, eso es obvio. Pero es precisamente por eso que debemos actuar para detener esa hemorragia emocional, para tratarla y curarla. Dejar atrás el pasado y dejar espacio para el presente, para dar la bienvenida a todas esas maravillosas oportunidades que nos esperan en algún lugar del mundo.

Hagamos nuestro propio coraje y tomemos ese sufrimiento de la mano, mirémoslo a los ojos y callemos todo lo demás. Aprendemos a silenciar todos esos miedos que nos paralizan y nos impiden afrontar las emociones más intensas y aterradoras que sentimos. Hagámoslo para ganar una nueva conciencia, para hacer más ligero lo que hoy es un dolor insoportable.

El dolor nunca desaparece para siempre, sino que adquiere nuevas formas que nos permiten crecer y evolucionar. Que curan heridas, día tras día, hasta que sanan. Y será entonces que estos volverán a brillar porque habríamos aprendido a caminar de nuevo hacia el sol, después de haber atravesado los caminos más oscuros de la vida.

Categoría: