El vínculo especial entre madre e hijo no puede explicarse. Después de todo, un embarazo es algo que cambia, se transforma y crea con la criatura que nos convertimos en una línea indivisible.

El cuerpo sufre cambios porque allí, dentro del vientre materno, una criatura está tomando vida, la que cambiará nuestra vida para siempre y nos enseñará el significado del amor puro y auténtico.

Y un poco de nostalgia es inevitable, de esos días pasados acariciando el vientre y ese cuerpo se convirtió en el nido de ese niño que llena nuestros días hoy durante 9 meses.

Esos días son un dulce recuerdo de algo único que es irrepetible en la vida: la sensación de crecer una vida dentro de uno mismo y amarla, incluso antes de mirar a los ojos.

Pero el embarazo es solo el comienzo de un viaje hecho de amor y complicidad mutua, compuesto de presencia, sonrisas, abrazos y un vínculo que durará para siempre.

Y nuestro cuerpo aún protegerá a esos niños: en los primeros años de vida, los brazos se fortalecerán para soportar el peso de nuestros hijos.

Durante los primeros 3 años, lo más delicado para el desarrollo de las conexiones neuronales de los más pequeños, nuestra tarea será hacer que la presencia en la vida de nuestros hijos se sienta lo más posible.

A veces, debido al trabajo de las tareas diarias, la distancia física será inevitable, por lo que es necesario reducir la velocidad y abrazar a sus hijos siempre que tenga la oportunidad. Este simple gesto, pero lleno de amor, los ayudará a hacernos sentir menos falta durante el día en que nos dedicaremos al trabajo.

Y nos ayudará a mantener ese contacto físico lleno de amor y apego, al igual que cuando nuestros hijos crecieron dentro de nuestro útero.

Incluso cuando crezcan y parezcan aparentemente menos indispensables, siempre estaremos allí, con corazón, cuerpo y mente.

Hemos sido su nido durante 9 meses, seremos su hogar y la comodidad, el apoyo y el refugio cálido y dulce en los períodos más alegres. Siempre estaremos allí, ahora y para siempre.

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