Una madre y una hija hablando

Oír y escuchar son dos términos que se usan indistintamente con mayor frecuencia, pero en realidad tienen significados muy diferentes. Mientras que lo primero significa simplemente recibir palabras y sonidos, lo segundo significa dirigir la atención a quienes están frente a nosotros y entrar en contacto con sus emociones. Ser capaz de entender la diferencia entre estas dos palabras es especialmente importante cuando nos convertimos en padres. Sí, porque ser padre o madre es una tarea exigente en la que no solo deben existir reglas y deberes, sino también la capacidad de empatizar.

Ponte en el lugar de tus hijos

Ser padre es el trabajo más duro del mundo, como suele decirse, pero también un reto constante que, como tal, está salpicado de momentos positivos y negativos. Todas estas situaciones son igualmente preciosas y debemos atesorarlas porque son experiencias fundamentales para formar la personalidad de los niños. Incluso si el deseo es ser siempre perfecto, lamentablemente somos conscientes de que nunca estamos libres de errores y equivocaciones. La mayoría de las veces, a pesar del compromiso, podemos dar "pasos en falso" al subestimar los problemas de los niños y adolescentes.

Nosotros también vivimos nuestra infancia y juventud, pero una vez que nos convertimos en adultos, parece que estas etapas de la vida han desaparecido repentinamente. ¿Quién no ha tenido un enamoramiento adolescente, pensando que ha encontrado el gran amor de su vida y se siente decepcionado porque terminó demasiado pronto? ¿O quién no ha pensado en haber sido "traicionado" por un amigo? Son situaciones que todos hemos vivido, pero cuando nos convertimos en padres no podemos limitarnos a solucionar el problema de forma superficial.Distraer a nuestros hijos con un juguete o ver una película con ellos no es la solución, al contrario es importante tratar de entender lo que realmente sienten escuchándolos. En definitiva, tenemos que ponernos en su piel.

Aprende a escuchar

Ver a nuestros hijos sufrir o encerrarse en sí mismos invariablemente nos hace sentir mal a nosotros también y cada vez nos prometemos escucharlos y comprenderlos. Las buenas intenciones, sin embargo, no siempre van seguidas de acciones concretas, porque quizás no seamos capaces de crear el clima de confianza y respeto que los jóvenes necesitan para sentirse a gusto. A veces una simple pregunta es suficiente para romper el hielo: ¿cómo estás? Tal vez los niños solo estén esperando escuchar estas dos palabras para desbloquear y hablar. Es una pregunta sencilla y por eso no debemos limitarnos a preguntar, sino interesarnos por su estado de ánimo poniéndonos en sintonía con ellos.

Tratemos por un momento de recordar cómo éramos cuando éramos niños: nunca nos hubiera gustado que nos juzgaran o que menospreciaran nuestros sentimientos, sino al contrario nos habrían gustado unos padres que se solidarizaran con nosotros y respetaran nuestros todo pensamiento.Así que nuestra tarea ahora es permanecer en silencio y permitir que los niños cuenten su experiencia con todas las emociones que siguen. Todo esto puede ser difícil de implementar, pero la conciencia de que acudirán a nosotros cada vez que tengan un problema sin miedo es una satisfacción impagable.

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