Hay esta situación con la que he estado luchando desde hace unos años y ya no me deja dormir tranquilo. No es que sea una batalla real, eso sí, o al menos no en igualdad de condiciones, porque cuando se trata de suegras, estas siempre son iguales.

Pero la mía no es de esas situaciones en las que te puedes reír y ser irónico, o escribir un libro, porque la relación con mi suegra no es nada de eso. No nos odiamos, al contrario, nos amamos y nos tenemos un profundo respeto mutuo. La respeto mucho, por su valentía, su fuerza y su determinación, las mismas características que sin embargo la han convertido en una presencia demasiado incómoda para mí.

Ya ves, es una mujer extraordinaria pero está sola, sentimentalmente hablando. Lo ha sido desde que su esposo, el amor de su vida, falleció hace muchos años. Mi pareja en ese momento era solo un niño, y es por él que ella eligió arremangarse y nunca sentir lástima por sí misma. Probablemente también sea por él que ella eligió no volver al juego.

Y sin embargo la envidio cuando la escucho hablar de ese amor perdido, que nunca estuvo perdido para ella. Porque cuando habla de ese hombre con el que compartió todo, quizás por muy poco tiempo, lo hace como si todavía estuviera a su lado, como si el tiempo no hubiera pasado, como si estuviera allí para apoyarla. Y esto es hermoso porque me da la oportunidad de creer que el verdadero amor es más fuerte incluso que la muerte.

Así es mi suegra, una mujer fabulosa que hizo todo lo posible para que a su hijo, mi actual pareja, no le f altara nada.Y probablemente sea su mérito haberlo transformado en el hombre espléndido que es hoy. Pero no era una madre que malcriaba o cedía, también exigía y obtenía una responsabilidad que quizás todavía no le correspondía a él, al menos no desde que era tan pequeño. Era el hombre de la casa y hoy lo sigue siendo, solo que su casa es otra.

Y hoy, te confieso, que su presencia me resulta demasiado, demasiado, engorrosa. Es porque al hacerlo ha transformado a su hijo casi en un compañero de vida, suyo y no mío. Porque juntos toman cada decisión de su vida, la misma en la que yo también estoy. Y cuando me culpan con razón, ella me da un codazo para asegurarse de que eso no suceda, como si temiera que pudiera tomar su lugar. Así se transforma en una sombra inquietante y perpetuamente presente, en el espectro que se cierne detrás de todas las decisiones que toma, y que yo sufro como consecuencia.

Mi suegra hace de todo para estar ahí, aún a costa de anularme, para ser el centro de atención de mi pareja, su hijo.Solo quiero hacerle entender que no tiene por qué comportarse así, porque nadie quiere quitarle un papel que le corresponde por derecho. No quiero, solo quiero que reconozca la mía.

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