A veces se necesita tan poco, un pequeño gesto de humanidad y comprensión, para derribar ese muro que construimos alrededor del alma.

Las decepciones y fracasos que enfrentamos durante el curso de nuestra vida, a veces exacerban el corazón y el alma. Por lo tanto, decepcionados y amargados, construimos armaduras para defendernos del sufrimiento, la soledad y la tristeza.

Los dolores, los internos, duelen más que cualquier otra cosa: parecen infinitos y carecen de una cura que pueda hacer que dejen de existir para siempre.
Sin embargo, a veces, sería suficiente confiar en las personas o en sus gestos nuevamente.
Se necesitaría una caricia, sincera y amorosa, para derribar ese muro, quitarle esa armadura y permitir que el alma brille nuevamente en toda su belleza.
Pero esto a veces da miedo.

Permitir que el alma brille es liberarla de la protección que habíamos construido para evitar seguir sufriendo.
Pero a veces, es mejor arriesgarse que permanecer en un limbo oscuro que solo corre el riesgo de ocultar lo que somos.

Usar una armadura nos hace aparentemente fuertes, a veces incluso cínicos: creemos que hemos ganado una batalla que hasta hace poco habríamos perdido, gracias a nuestra nueva actitud.

En realidad, solo nos auto saboteamos: en un intento de protegernos, terminamos olvidando nuestro lado humano. Justo lo que nos hizo sufrir y llorar, pero eso también nos hizo amar, reír y disfrutar todo lo que la vida nos ha dado.

Esto no significa que debemos continuar sufriendo, sino encontrar un equilibrio entre nuestros sentimientos y el mundo que nos rodea: experimentar el sufrimiento y todas nuestras emociones con lucidez. Encontrar energía y motivación para renacer, más fuerte que antes.

Las almas hermosas son aquellas que brillan, incluso si las cerramos en las oscuras cavernas de nuestro inconsciente, deberíamos dejar de hacerles la guerra y dejarnos llevar: a veces, solo una caricia es suficiente para encender nuevamente la chispa.

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