morir juntos

A menudo me sucede, durante las entrevistas, tratar con padres de niños con discapacidades. Hablamos mucho y de todo y sin importar el propósito de esa charla, siempre hay un tema que vuelve, con soberbia y delicadeza. En realidad es una pregunta que esos mismos padres se hacen sin encontrar nunca una respuesta exhaustiva, tranquilizadora y cómoda. Y es precisamente la f alta de esto lo que a veces se convierte en tormento.

Qué será de mi hijo después de mí es una pregunta que no deja tregua, especialmente a los padres que tienen un hijo con alguna discapacidad.Se preguntan quién será la persona que ocupe su lugar, si será capaz de comprender los silencios y las incomodidades, si será capaz de cuidar a ese niño con el mismo cuidado y amor que corresponde a un padre.

Preguntas, esas, que tal vez Francesco se estaba haciendo a sí mismo y que se habían vuelto demasiado engorrosas en el último período. Un peso, éste, que oscureció los sentimientos y la lucidez del corazón y de la mente ya ocupados por la fragilidad humana. Y la fragilidad, ya sabes, sabe convertirse en desesperación.

Entonces, desesperado, Francesco mató a su hija. Aquella niña, que ya era mujer, con la que compartía sus días y su cotidianidad. Esa hija que, sin duda para quienes lo conocieron, era también su única razón de vivir. Y de hecho, Francesco entregó su vida, porque después de matar a Rossana se suicidó.

Un asesinato suicida que conmocionó a Italia y aún más a los ciudadanos de Osnago.Porque en ese pequeño pueblo de la provincia de Lecco, habitado por poco más de 4000 almas, todos se conocen, y todos conocían a Francesco Iantorno. Le decían Franco, ese hombre de 80 años que había sido policía y empleado municipal, y que ahora siempre pasaba los días junto a su hija, Rossana, una mujer discapacitada de 47 años.

Y tal vez fue la conciencia de la edad avanzada, y eso no hace descuentos, que se convirtió en una carga cada vez más engorrosa e insoportable, que creó esa sombra de desesperación que oscureció la luz de una cotidianidad compartida. Porque solo así los que conocieron a Franco pueden dar sentido a lo que pasó, a la elección de un padre amoroso que reescribió con sangre el final de esta historia, sedando y matando a su hija para luego quitarse la vida con la misma cuchillo.

¿Por qué lo hizo? ¿Por qué ir tan lejos como para matar a la persona que más amas? Mucha gente lo pregunta, todos lo preguntan sin poder encontrar una respuesta.Porque más allá del buen hombre que emerge en las muchas historias de quienes lo conocieron, hay una certeza que nadie se atreve a cuestionar: el amor incondicional que papá le tenía a su hija.

El suyo era un vínculo especial, extraordinario, casi simbiótico, seguramente de dependencia mutua. Y es quizás desde esta conciencia que el miedo a lo que vendría después se convirtió en una trágica desesperación.

Y luego casi parece ver esas preguntas tomando forma en la mente de Franco, las que crean los monstruos aterradores que atormentan: ¿quién cuidará de Rossana cuando yo me haya ido? ¿Quién la salvará de un mundo cruel que muchas veces deja atrás lo diferente, lo frágil y lo mínimo? Luego la solución a esa pregunta que no le daba paz. Claro, preciso, dramático: morir juntos.

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